lunes, 14 de mayo de 2012

EL TIEMPO PORRETERO


Como porretera de pro publico emocionada este relato ganador del
I Certamen de Microrrelatos de Salorino: "Historias Embuchas".

 

Cuando yo era niña, en Salorino, mi despertar olía a sábanas blancas de algodón, a café de puchero, a leche recién cocida, al pan que se escapaba por la puerta de la tahona para colarse por la ventana de la habitación de mis tíos, donde yo dormía en un mullido colchón de lana.

Después de que mi madre me lavara la cara en el palanganero antiguo, me sentaba a esperar mi desayuno, mientras, escuchaba hipnotizada el tintineo de la cucharilla con la que mi tío removía su primer cafelito negro del día en una tacita de porcelana.

El tiempo se paraba para mí en esa cocina, no necesitaba nada más que estar allí y disfrutar del momento. Todo parecía estar en calma hasta que los gallos enanos, que estaban en un tinao cercano, comenzaban su canto animándonos a salir de ese mágico momento.

Salía a jugar a la puerta de la casa, con la tregua que la sombra de las primeras horas de la mañana regalaba, pidiendo que me avisaran cuando mi padre bajara a por agua hasta la Fuente del Lugar. Paradoja de los avances del hombre: nos montábamos en un 600 para traer el agua que aún no corría por todas las casas.
 
A mediodía llegaba otro gran momento, subíamos a los vinos y entrábamos en el bar de Kubala, quien nos recibía con su gran sonrisa, y, mientras los mayores se quedaban de pie, yo, como era la niña, la pequeña, me sentaba en una mesa a tomarme el mosto y el pincho.

El tiempo volvía a pararse de nuevo, adormecido entre las voces de la gente que se reencontraba –¡Hombre, mengano, cuánto tiempo!–, la media luz que entraba por la puerta de cortinilla que daba al Coso y el rico olor a comida que salía de la cocina.